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Posts Tagged ‘fobia’

Hace unos días vi en DVD la fantástica película Océanos. Se trata de un nuevo documental sobre la vida marina rodado con nuevas cámaras y técnicas que nos muestra unas imágenes del mar y sus habitantes alucinantes: extraordinariamente nítidas, muy poéticas y hermosas. Lo recomiendo. Les gustará y asombrará incluso a quienes no les gusten habitualmente los documentales de animales.

Y lo menciono en este blog porque Océanos además es una alegato ecologista. Y es que estar mentalmente sano tiene mucho que ver con el ecologismo. La naturaleza es algo increíblemente complejo e imponente. Nunca la entenderemos bien. Apenas conocemos un 0,00000001% de nuestro planeta y su funcionamiento y mucho menos del cosmos. Lo mejor que podemos hacer es reconocerlo y ajustarnos al funcionamiento de la naturaleza, humildemente, pero también con alegría.

Si nos atenemos a la naturaleza, todo va bien. Si, como dice un adagio budista, aceptamos que «en invierno hace frío y calor en verano», estaremos contentos en ambas estaciones. La naturaleza implica vida y muerte, enfermedad, impermanencia… y todo eso está bien, es bueno.

A veces, nos abandona el novio/a, marido/mujer y nos deprimimos desesperadamente. No aceptamos que todo va y viene y que eso está bien: eso es también la naturaleza de las cosas.

Tenemos una gran capacidad de disfrutar de la vida. Nuestro cerebro puede producir de forma natural unas drogas poderosísimas que nos pueden hacer experimentar el éxtasis. Están ahí y son naturales, son buenas. Cuando sintonizamos con la naturaleza, cuando aceptamos nuestra realidad tal y como es y nos concentramos en disfrutar de nuestro entorno, la mente libera esas sustancias y nos lo pasamos teta: nos sentimos fuertes, alegres, potentes y en armonía.

Necesitamos muy poco para estar bien, pero ese poco incluye querer disfrutar de la vida todos los días, vayan las cosas mejor o peor: ¡eso no tiene importancia! Son solo detalles. Todos los animales viven así: tú también puedes vivir así, incluso mejor! Porque con tu mente puedes potenciar tu propia fuerza y alegría.

Ya lo dijo Charles Darwin: «el hombre está hecho para vivir en este mundo y, como el resto de los habitantes del planeta, ser feliz».

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Hola a todos! Los sabios de Sivana creían que una vida realmente gozosa solo se conseguía en el proceso que ellos llamaban “Vivir en el ahora”, el pasado ya no está y el futuro de momento está solo en nuestra imaginación. Yo cada vez lo veo más claro e intento cada dia recordarlo. El momento que cuenta es el ahora, y quiero aprender a vivir el saboreando cada momento. No es fácil pero creo que la clave esta en recordar que la felicidad es un viaje y no un destino, no habrá ningún día igual a otro, para que desaprovecharlo!!!

Me gustaría resumir un cuento de hadas que leí no hace mucho, creo que os gustará pero que sobre todo os ayudará a pensar de otra manera a mi me hizo reflexionar y pienso a menudo en él.

PEDRO Y EL HILO MÁGICO

Pedro era un niño vivaracho todo el mundo le quería mucho, pero tenia una debilidad. ¿Cuál? Era incapaz de vivir el momento. No había aprendido a disfrutar el proceso de la vida, cuando estaba en el colegio, quería estar fuera jugando, cuando jugaba soñaba con las vacaciones de verano, siempre soñaba con otros momentos nunca se tomaba tiempo para saborear el momento.

Una mañana Pedro paseaba por un bosque cercano, decidió descansar bajo un árbol y se quedo dormido, tras unos minutos de profundo sueño oyó que alguien gritaba su nombre, abrió los ojos y se encontró junto a él con una anciana que tendría más de cien años. En la arrugada mano de la mujer había una pequeña pelota mágica con un agujero en el centro. del agujero colgaba un hilo de oro.

La anciana le dijo: «Pedro, este es el hilo de tu vida, si tiras un poco de él, una hora pasará en cuestión de minutos, y si tiras con fuerza unos meses incluso años pasaran en cuestión de días».

Pedro muy excitado pregunto a la anciana si podía quedarse con la pelota, ella se la dio.  Al día siguiente en clase Pedro se sintió aburrido y recordó su nuevo juguete. Al tirar un poquito del hilo dorado, se encontró jugando en el jardín de su casa, pronto se caso un colegial y quiso ser un adolescente pensando en lo divertido que seria esa fase de su vida, así que tiró una vez más del hilo.

Pronto ya era un adolescente y tenía un amiga llamada Elisa, pero Pedro seguía sin estar contento no había aprendido a disfrutar del presente y explorar las maravillas de cada etapa de su vida. Siguió tirando del hilo, se convirtió en un hombre adulto: Elisa era su esposa y estaba rodeado de hijos, pero Pedro reparó en otra cosa, ante su cabello era negro como el carbón, ahora había empezado a encanecer, su madre a la que tanto quería se había vuelto frágil y vieja.

Pero el siguió sin poder vivir el momento y tiró del hilo de nuevo. Pedro comprobó que ahora tenia 90 años su pelo era totalmente blanco y su vieja esposa había muerto hacia unos años, sus hijos se habían hecho mayores y tenían su propia vida.

Por primera vez en su vida Pedro comprendió que no había sabido disfrutar de la vida, nunca había ido a pescar con sus hijos, ni paseado con Elisa a la luz de la luna. Nunca había plantado un huerto ni leído aquellos maravillosos libros que a su madre le encantaba leer. En cambio, había pasado por la vida a toda prisa, sin pararse a ver todo lo bueno que había en el camino. Pedro se puso triste y decidió pasear por el bosque donde iba de joven, se tubo en un trecho y se quedo profundamente dormido.

De nuevo apareció la anciana que hacia tantos años le había regalado el hilo mágico. «¿Has disfrutado de mi regalo?»,  le dijo. Pedro no vacilo en responder: «Al principio fue divertido pero ahora odio esa pelota, la vida me ha pasado sin que me enterara, sin poder disfrutarla. Claro que habría habido momentos tristes y otros estupendos, pero no he tenido oportunidad d experimentar ninguno de los dos. Me siento vacio por dentro. Me he perdido el don de la vida».

La anciana le dijo que era un desagradecido pero que de todos modos le concedería un último deseo. Pedro respondió: «Quisiera volver a ser niño y vivir otra vez la vida”.

Cuando despertó, su madre estaba junto él, diciéndole que iba a llegar tarde a la escuela. Pedro saltó de la cama al momento y empezó a vivir la vida tal y como había esperado. Conoció muchos momentos buenos, muchas alegrías y triunfos, pero todo empezó cuando tomó la decisión de no sacrificar el presente por el futuro y empezó a vivir el ahora.

Bueno chicos desgraciadamente esto es solo un cuento, en el mundo real nunca tendremos una segunda oportunidad, así que despertemos hoy a ese regalo que es la vida, seamos felices.

Un beso a todos!!!

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Hoy ha salido en La Vanguardia un artículo que habla de la felicidad. En concreto, dice que una gran investigación ha hallado que la felicidad se puede aprender y que personas que a los 20 años no eran muy felices aprendieron a serlo y a los 40 empezaron a sentirse muy bien.

Eso es algo que sabemos los psicólogos cognitivos porque nosotros enseñamos a hacerlo todos los días, pero siempre es bueno que una investigación amplia con muchísimas personas lo confirme. El próximo domingo, en la Cadena Cope, hablaré de ello en el programa magazine de la mañana sobre las 11,20h. 

Tanto buscar el éxi to, tanto perseguir la fama, el dinero y el poder, y al final resulta que la felicidad está en otra parte. Según el más amplio estudio que ha investigado cómo evoluciona la felicidad a lo largo de la vida, quienes ayudan a otras personas suelen ser más felices que quienes buscan el éxito individual. Quienes encuentran el equilibrio entre trabajo, familia, amistades y ocio suelen ser más felices que que quienes anteponen su carrera a cualquier otra prioridad. Quienes cuidan su salud suelen ser más felices que quienes la pierden en los placeres de la mesa y del sofá. Y, en el caso de las mujeres, quienes conviven con un hombre que da prioridad a la familia suelen más felices que quienes viven con un hombre que da prioridad al trabajo. El estudio, presentado este mes en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., desmiente la teoría de que la felicidad de una persona depende de su personalidad y por lo tanto apenas varía a lo largo de la vida.

«Nuestros resultados demuestran que la capacidad para ser más o menos felices no es algo que nos venga dado, sino que la construimos a lo largo de la vida con las decisiones que tomamos», ha declarado por correo electrónico Bruce Headey, investigador de la Universidad de Melbourne (Australia) y primer autor del estudio. Según Headay, no es que la personalidad no influya, pero no es lo único que influye. Ni lo más importante. El estudio se ha basado en la Encuesta Socioeconómica de Alemania, que desde 1984 ha planteado anualmente a decenas de miles de ciudadanos preguntas relacionadas con su situación personal y con su bienestar psicológico. Esta encuesta «proporciona la serie de datos más larga del mundo» para estudiar cómo evoluciona la felicidad, escriben los investigadores en Proceedings.

Para comprobar si la felicidad fluctúa a lo largo de la vida, los investigadores clasificaron a los encuestados según su nivel de satisfacción en el momento de responder a cada encuesta. Si la felicidad es estable, pensaron, los más felices en 1984 deberían seguir siendo los más felices en el 2008 (el último año analizado). Pero no fue esto lo que observaron. El 38% de los encuestados variaron su lugar en la clasificación en más de 25 puntos porcentuales en estos 25 años. Un 25% había cambiado más de 33,3 puntos. Y un 12% había cambiado más de 50 puntos. (Un punto porcentual se refiere a que se divide la muestra en cien niveles, cada uno de los cuales agrupa a un 1% de las personas encuestadas; una variación de 25 puntos significa que una persona que estaba, por ejemplo, en el nivel 50 en 1984 pasó a estar en el 2008 por debajo del nivel 25 o por encima del 75.) 

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Ahí va chicos, otro tema para que reflexionemos todos juntos, haciendo las reflexiones de manera conjunta es más divertido, no?

En esta vida, todo tiene un principio y un final, las cosas materiales y nosotros mismos, nuestros familiares, nuestros amigos… estamos en una vida que es vida o muerte. Hoy estamos vivos y mañana podemos estar muertos, ¡es la vida!!

Albert Ellis en uno de sus libros nos habla de la espiritualidad de la terapia racional y dice que se basa en: – Autoaceptación incondicional de uno mismo. – Autoaceptación incondicional de los demás. – Autoaceptación incondicional de la vida. La autoaceptación incondicional de la vida se trata de intentar cambiar de nuestras vidas lo que se pueda cambiar y aceptar, aunque no nos guste, lo que no se pueda cambiar. Si conseguimos esta autoaceptación incondicional de la vida, tendremos una alta tolerancia a la frustración. Tenemos la creencia irracional de que en esta vida debe ocurrir lo que nosotros queremos que ocurra y no debería suceder lo que no nos gusta que ocurra. Este es un pensamiento muy infantil verdad?, pero lo tenemos arraigado y hay que convencerse de que la vida no funciona así. Hay que pensar que ningún infortunio que nos presenta la vida es completamente malo porque siempre puede ser más malo.

Nosotros nos decimos a nosotros mismos que algunos acontecimientos por ser tan malos no deberían existir. Pero la realidad es que existen, por tanto si no se pueden cambiar hay que aceptarlos. Según Albert Ellis lo difícil es saber diferenciar lo que se puede cambiar de lo que no… ¿qué razón tiene verdad?

A veces lo que nos ocurre es que para intentar estar mejor recurrimos al optimismo exagerado y nos intentamos creer cosas como “en esta vida todo me va a salir bien…, en esta vida todo me ocurre para bien…”. Este optimismo exagerado no es realista, porque en la vida seguro que a todos en algún momento nos van a pasar infortunios que no vamos a poder cambiar y que tendremos que acabar aceptando. Tenemos que promover por tanto el optimismo realista, el de los pies en el suelo, como dice Albert Ellis y pensar que “en el peor de los casos, podemos encontrar alguna manera de hacer cosas valiosas en nuestra vida por nosotros y por los demás, sólo necesitamos estar vivos para ser felices”.

Pruebas de esto tenemos muchas, una muy clara es el caso de Stephen Hawking… También hay que pensar que si por lo que sea tenemos que estar mal toda la vida (cosa muy improbable…, pensar así es exagerar…) tampoco sería tan grave porque la vida nos va a pasar muy rápido.

Para conseguir la autoaceptación incondicional de la vida otro punto importante es no negar la muerte. La muerte es algo natural, algo que tenemos seguro, por tanto es un acontecimiento que no podemos cambiar y no nos queda más que aceptarlo. La muerte hay que verla como algo natural y pensar que si fuéramos inmortales y tuviéramos que vivir eternamente con los achaques de la vejez sería una tortura. Además si que podemos ver como inoportuno que finalice nuestra vida o la de nuestros seres queridos, pero la suerte es que la muerte forma parte de la naturaleza y es un estado neutro igual que cuando nacemos, no hay dolor, no hay problemas, no hay preocupaciones… por tanto no debe ser algo tan horrible!!

Como no somos inmortales y podemos morir en cualquier momento, aceptemos lo que la vida nos presente e intentemos disfrutar al máximo. Como no podemos controlar nuestro destino no vale la pena preocuparse. Nosotros no somos tan importantes, no hay nada importante en esta vida, por lo tanto nos podemos relajar. En el momento que estamos preocupados o disgustados por algo es porque ya estamos dando excesiva importancia a ese acontecimiento que nos está pasando y lo que es más curioso a veces nos preocupamos por estar preocupados y aún la vamos liando más…, exageramos y exageramos… es un poco absurdo no?

El pensamiento racional que tenemos que tener es que la vida es muy corta, intentaremos estar bien, pero si no lo conseguimos tampoco hay que preocuparse porque la vida va a pasar muy rápido y no somos nada importantes. Hay que aceptar la realidad de que no tenemos control sobre nuestro destino, por tanto para qué angustiarse?, nos vamos a perturbar de manera innecesaria y tampoco vamos a conseguir cambiar la realidad. Nunca conseguiremos que nuestra vida sea 100% segura, algún día llegará nuestra muerte y se acabará.

Rafael en “La Escuela de la Felicidad”, nos explica todo esto con un ejemplo muy especial: “Los monjes tibetanos llevan a cabo un ejercicio simbólico que les sirve para recordarles la actitud que deben sostener en esta vida impermanente. Realizan complicados dibujos llamados mandalas compuestos por miles de granitos de arena formando un inmenso mosaico. Pueden estar componiéndolos durante semanas o meses. Una vez acabado, lo exponen durante unos días y después llevan a acabo la ceremonia de disolución del mandala. Cuando los monjes arrojan los granos de arena al viento, están expresando que los avatares de la vida no son tan importantes: los logros, el estatus, la condición física, incluso la salud… no tienen importancia como la mayor parte del tiempo pensamos. Podemos disfrutar de ellos, si así lo deseamos, como en un juego, pero es absurdo sufrir por ello”.

Un beso a todos,

Mónica

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Bueno chicos, ahí va una reflexión sobre uno de los temas que trata Albert Ellis en sus libros, al final este señor hasta nos va a caer bien, eh Eugenia?, por cierto me alegro mucho de que estés mejor.

El otro día Rafael me decía en una sesión “no debes rechazar nunca a nadie, porque nunca vas a encontrar al amigo perfecto, ni al marido perfecto ni al compañero de trabajo perfecto. Entonces como nunca vamos a encontrar a nadie perfecto, si lo que buscamos es eso y vamos rechazando a la gente que no es perfecta, pronto nos quedaremos solos y además, si buscamos la perfección en los demás también la buscaremos en nosotros mismos y pronto querremos rechazar también alguna parte nuestra que no nos gusta, y eso es más difícil de hacer no?”

Intentar conseguir la perfección es una batalla perdida porque todos los seres humanos somos imperfectos y la vida también es imperfecta. Albert Ellis dice en sus libros que tenemos que buscar la autoaceptación incondicional de uno mismo y de los demás. Hay que cuestionar/juzgar las acciones que cometemos pero no por ello todo nuestro ser o el de los demás. Las acciones que podemos cometer a veces son inadecuadas o acertadas pero eso no nos convierte en malas o buenas personas porque entonces estamos juzgando todo nuestro ser.

La creencia racional a todo esto sería: soy un ser humano, un individuo único que está vivo y sólo por eso tengo gran capacidad para amar y como soy un ser humano soy imperfecto y me tengo que sentir orgulloso de ello. Cometer una equivocación no nos convierte en equivocación.

A veces nos decimos a nosotros mismos: “es que no puedo soportar a esa persona porque es horrorosa, horripilante, no la aguanto!!!”. Aquí no estamos juzgando sus acciones sino todo su ser y además no tiene una base lógica porque si no pudiéramos soportar a esa persona nos moriríamos cuando estuviéramos a su lado y eso nunca ocurre, por tanto pensar eso es ilógico, exagerado y no es real. La creencia racional es que las acciones de esa persona no nos gustan pero eso no hace de toda esa persona alguien horroroso.

En “La Escuela de la Felicidad” Rafa lo explica muy bien, nos dice que “Los seres humanos tenemos básicamente dos opciones: aceptarnos condicionalmente o incondicionalmente. Cuando sólo nos aceptamos condicionalmente estamos dispuestos a querernos sólo si cumplimos una serie de condiciones (si soy buena madre, si soy guapa, si soy buena en mi trabajo…). Esto es un error filosófico que puede producirnos infelicidad porque somos seres falibles y vivimos en un mundo imperfecto. Es prácticamente imposible que mantengamos una sólida estabilidad emocional basada en logros externos. Por otro lado aunque consigamos un buen nivel de éxito, estar siempre arriba nos va a dejar exhaustos, sin capacidad de disfrutar. Hay que renunciar a calificar a las personas por lo que hacen.”

Todos por el hecho de ser humanos y estar vivos, tenemos ya una gran capacidad para amar y por eso nos tenemos que aceptar incondicionalmente a nosotros mismos y a los demás. Un ejemplo de alguien que practica la autoaceptación incondicional a los demás es Jaume Sanllorente, en la entrevista que le hace Rafael en su libro dice que: “los enemigos no existen. Un enemigo es un amigo que tiene un problema”.

Jaume Sanllorente está amenazado por mafias de la India… Menudo grado de madurez eh?, a ver si nosotros lo logramos también algún día.

Un besote a todos!!

 Mónica

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Yo tengo mi consulta en Barcelona, cerca de la calle Enrique Granados, una de las zonas más hermosas del Eixample. Cuando, por las mañanas, llegó allí con mi bicicleta y contemplo los enormes árboles plataneros que adornan las calles, me lleno de alegría. Me gusta mi ciudad.

Pero no siempre ha sido así. Recuerdo una época, hace muchos años, que me quejaba de vivir en Barcelona. Acababa de volver de cursar estudios en una universidad británica, en el precioso campus de la universidad de Reading. Allí vivía en una residencia universitaria que era una antigua mansión, rodeada de campos verdes y lagos. Todo estaba limpio y casi no pasaban coches por la calle. Era un auténtico paraíso tranquilo y hermoso que además gozaba de la animación de las fiestas universitarias y demás movidas estudiantiles.

A mi regreso a Barcelona, veía las calles de mi ciudad sucias, ruidosas, llenas de cacas de perro y me ponía de mal humor. Recuerdo que solía declararlo en las conversaciones entre amigos: “¡No me gusta nada Barcelona! ¡Es un asco! Debería irme a vivir a un lugar civilizado como Inglaterra!” Así estuve muchos años hasta que decidí cambiar el chip. Ahora puedo decir que adoro mi ciudad. Es verdad que tiene sus defectos, pero también tiene cosas maravillosas: el tiempo es simplemente fantástico, su arquitectura es muy bella, tenemos el mar aquí mismo, las montañas muy cerca…

Desde hace un tiempo, he decidido prepararme para estar bien en cualquier lugar del mundo. Me imagino en Alaska y pienso que, de vivir allí, aprovecharía cada una de las cosas buenas del lugar. Por supuesto, aprendería a esquiar bien, quizás cazaría en las montañas, pescaría en sus ríos.. Si habitase en China, investigaría sobre las oportunidades que se dan allí y me centraría en ellas. Donde sea, en cualquier sitio, hay una magia propia del lugar, una poesía autóctona que podemos apreciar. Como siempre, para sentirnos bien, ¡tenemos que fijarnos en lo que poseemos y no en lo que nos falta! Así, podremos estar bien allá donde nos encontremos.

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Resumen de la última conferencia en Can Déu (27 de septiembre de 2010)

Ya en la antigüedad el filósofo Epicteto decía que no nos afecta lo que nos sucede sino lo que nosotros nos decimos sobre lo que nos sucede.

Cuando tenemos malestar emocional, tenemos que analizar nuestro diálogo interno, ¿qué nos estamos diciendo a nosotros mismos para causarnos ese malestar?

Hay que cambiar este diálogo interno. Cuestionar las creencias irracionales que tenemos. Cuando nos encontramos mal, en nuestro diálogo interno, nos decimos que lo que nos está sucediendo o lo que nos podría suceder es o sería terrible. Cuando estamos mal valoramos muchas cosas de las que nos suceden como terribles.

¿Lo que nos sucede es realmente terrible? En la vida hay muy pocas cosas terribles. Si dejamos de terribilizar, las emociones nos van a acompañar y nos vamos a tranquilizar.

Buscamos la felicidad, la felicidad es un estado emocional que se caracteriza por 3 aspectos: sosiego interior, capacidad para relacionarse, saber disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Top Ten de las creencias irracionales:

– Necesito tener a mi lado a alguien que me ame, de lo contrario, qué vida más triste!!!: No necesitamos tener a nadie a nuestro lado para ser felices. Además si utilizamos la fantasía, ésta no tiene límites, ¿a cuanta gente más necesitamos para ser felices?. Nadie en el mundo necesita eso. Si se tiene bien, pero no es necesario. Lo único que necesitamos para vivir es tener la comida y la bebida del día. La creencia racional a esta creencia irracional es la siguiente: Me gustaría tener a alguien que me ame a mi lado, pero si no lo tengo puedo ser igualmente feliz.

– Tengo que tener una vida emocionante, de lo contrario es un aburrimiento: La creencia racional a esta creencia irracional es la siguiente: Me gustaría tener una vida emocionante pero si no la tengo aún puedo hacer muchas cosas valiosas. Es bueno intentar tener una vida emocionante, pero no hay que meterse presión. El pensamiento de blanco o negro no nos favorece. Cuando estamos mal emocionalmente tendemos a clasificar las cosas de forma errónea (blanco o negro). El pensamiento de si no me importa algo, eso ya no vale la pena, es una creencia irracional. Tenemos miedo a dejar de dar importancia a las cosas.

– No puedo tolerar que la gente me menosprecie. Debo saber responder y defender mi imagen: No pasa nada si la gente no nos trata bien, no es terrible. La creencia racional sería: Me gustaría que la gente me tratara bien pero no lo necesito para ser feliz, aún si la gente no me trata bien puedo hacer cosas valiosas en mi vida por mi y por los demás.

– Debo tener un piso en propiedad: Cada vez más la sociedad y la televisión nos transmiten necesititis, sólo necesitamos para vivir el agua y la comida del día. Cuantas más necesidades nos creamos nos hacemos más débiles. La creencia racional sería: Me gustaría tener un piso en propiedad, pero si no lo tengo no es terrible y puedo hacer otras cosas en mi vida maravillosas.

– Sería terrible tener una enfermedad grave y sobre todo morirse joven. Lo primero en esta vida no es la salud, lo primero es ser feliz. Todos vamos a perder la salud en algún momento y moriremos. Por lo tanto hay que aceptarlo. Sobre la salud hay que tener una preocupación razonable, si pese a todo me pusiese enfermo pues mala suerte, hay que aceptarlo. Todas las cosas las tenemos que evaluar en su justa medida, así las emociones nos van a acompañar. La vida no es una lucha, la vida es para disfrutarla. No hay que luchar contra nuestro diálogo interno, hay que hacer un trabajo de comprensión hasta hacer que ese diálogo interno sea un diálogo racional.

Resumen conferencia Rafael Santandreu. Can Deú, 28 de junio de 2010:

Los pilares de las personas fuertes es que su diálogo interno está basado en:

– Necesito muy poco para ser feliz (cuando no tengo las cosas estoy sereno y cuando las tengo las disfruto).
– Nunca calificar de terrible lo que nos suceda, por malo que sea lo que nos suceda siempre lo podremos soportar y siempre podremos ser felices.

Este diálogo interno no sólo hay que repetírselo sino que hay que convencerse. Por mal que estemos siempre hay opciones para hacer cosas valiosas, siempre que dejemos de quejarnos.

Hay que tener un diálogo interno realista: “Cuando lo que me ha pasado es malo , si puedo lo arreglo, pero si no lo puedo arreglar lo acepto y seguro que aún puedo hacer cosas valiosas por mi y por los demás”. Tenemos que fijarnos en lo que puedo hacer y en lo que tengo y no fijarnos en lo que no puedo hacer y en lo que no tengo.

Lo que nosotros pensamos es lo que sentimos. No es lo que nos sucede lo que nos afecta, es lo que nosotros pensamos sobre lo que nos sucede.

Hay que fijarse en nuestro diálogo interno y cambiarlo a un diálogo racional.

Resumen conferencia Rafael Santandreu. Can Deú, 31 de mayo de 2010:

Detrás de cada malestar emocional hay una creencia irracional.

Todas las creencias irracionales que tenemos las podemos agrupar en 3 grupos:

– Debo hacer las cosas bien.
– La gente me debe tratar bien.
– El entorno me debe ser favorable.

Estas tres creencias irracionales eran preferencias que hemos transformado en exigencias y por tanto en necesidades. Cada necesidad que nos creamos nos hace más débiles. Con tanta exigencia la felicidad es cada vez más difícil. Hay que tener objetivos no necesidades y aceptar que la vida es imperfecta porque así viviremos en armonía con la realidad.

En nuestro diálogo interno estas creencias irracionales las tenemos que transformar en racionales y por tanto dejarán de ser exigencias para pasar a ser preferencias. Las debemos transformar en:

– Me gustaría hacer las cosas bien.
– Me gustaría que la gente me tratara bien.
– Me gustaría que las cosas me saliesen bien y el entorno me fuera favorable.

Pero si todo esto no ocurre, aún puedo hacer cosas valiosas en mi vida por mi y por los demás.

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Una mañana de invierno de 1940, un joven llamado Robert Capa empacó en la maleta su pequeña cámara compacta Kodak, una montaña de carretes nuevos y algo de ropa. En el bolsillo derecho de su americana, un pasaje para embarcar en un buque rumbo hacia la 2ª Guerra Mundial. Capa fue uno de los primeros fotógrafos de guerra de la historia del periodismo y un personaje maravilloso. Bien parecido, simpático, bebedor, valiente y, a ratos, hasta romántico, a este neoyorkino nacido en Praga le iba la aventura.

En el Día D, cientos de miles de jóvenes soldados norteamericanos se apiñaban en las barcazas anfibias camino de las playas de Normandía. El miedo les acompañaba al son de los estallidos de las bombas de las defensas alemanas. Muchos vomitaban el desayuno en el interior de aquellas tanquetas atestadas, pero nadie se quejaba por ello. Sus mentes no tenían tiempo para fijarse en esas minucias. Entre aquellos chicos, Capa revisaba tembloroso sus cámaras una y otra vez, como si el ritual de trabajo pudiese acallar el ruido atronador de los cañonazos enemigos.

Y, de repente, un golpe seco hizo temblar la tanqueta indicando que habían llegado a la orilla. El ruido era entonces atronador pero el sargento a cargo de aquel pelotón gritó todavía más fuerte: “¡Fuera, rápido! ¡Agrupación a veinte metros! ¡Todos, ya!”, y saltó al agua fusil en alto y de ahí a la playa corriendo con el corazón bombeando a toda máquina. Los muchachos salieron tropezando con la arena y la mirada fija en la espalda de su superior. La confusión ahí afuera era enorme: pelotones a la carrera por doquier, gritos, explosiones… Capa iba tras ellos e hizo como los demás, tirarse sobre el suelo a unos veinte metros y clavar la mirada en el cogote del sargento. En medio de aquel enjambre de balas, el sargento era el único talismán fiable, la única salida de aquel endiablado laberinto. Y, de nuevo, alzó la voz para decir: “¡Otra vez, en veinte metros, reagruparse detrás mío! ¡Ahora! ¡Ya!” Y como propulsado por muelles se lanzó duna arriba.

De los veinte chicos a los que acompañó Capa aquella mañana, sobrevivirían sólo dos. Al fotógrafo únicamente le dio tiempo a tomar algunas instantáneas de esos primeros metros de batalla antes de que le obligasen a volver en una tanqueta anfibia a uno de los barcos aliados. Eso sí: aquellas fotos ligeramente desenfocadas fueron los primeros testigos de la liberación de Europa. Al día siguiente ya estaban en la primera página de los rotativos de Londres y el mundo podía poner en imágenes la partida final de la guerra por la libertad de Europa.

Al llegar a Londres, Capa tuvo dos días escasos de permiso que empleó bien con su recién estrenada novia británica. Varias botellas de whisky después, ya estaba a bordo de un avión desde el que se lanzaría en paracaídas cámara en ristre, para seguir las siguientes evoluciones del ejército americano en Europa.

¿Qué tiene que ver la historia de Capa con un libro sobre psicología?, se preguntará el lector. Una sola cosa: Capa exprimió sus días, vivió intensamente. Apostó por jugar fuerte, sin temor y cabalgó sobre su destino, sobre su vida. Fue el mejor fotoperiodista de la historia, esposo de Gerda Taro, pareja de Ingrid Bergman y amigo de Heminway, decenas de otros grandes intelectuales y artistas, antes de morir en la guerra de Indochina a los cuarenta y un años de edad.

Una mente en forma, una vida emocionante

 

Capa es para mí un maestro de la vida. Hay muchos otros: el explorador Ernest Shackleton, el músico y escritor Boris Vian, el físico Stephen Hawkin, el superhéroe Christopher Reeve… Y de ellos hablaré en este libro porque estos hombres y mujeres son buenos modelos a seguir. Para el psicólogo cognitivo representan lo contrario a lo que combatimos, lo opuesto al malvivir.

Y es que el principal enemigo del psicólogo es lo que llamamos neuroticismo, es decir, el arte de amargarse la vida mediante la tortura mental. La depresión, la ansiedad, la obsesión son nuestros principales oponentes y cuando nos dejamos atrapar por ellos, lo que perdemos es la facultad para vivir plenamente. La vida es para disfrutarla: amar, aprender, descubrir… y eso sólo lo podremos hacer cuando hayamos superado la neurosis (o el miedo, su principal síntoma).

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Hace unos años viví una experiencia que me enseñó un poco más a enfrentar la muerte sin temor. En aquellos días, mi padre sufrió una embolia. Le hicieron unas pruebas y supimos que le debían hacer varios bypasses coronarios, una intervención quirúrgica mayor que consiste en cortar el esternón para llegar a las arterias cercanas al corazón. El cirujano reemplaza la zona de las arterias parcialmente bloqueadas con segmentos de otras venas o arterias.

 Para toda la familia fue un shock. Todo fue muy repentino. Era un hombre muy sano que nunca había pisado un hospital y, de un día para otro, ingresaba de urgencias con pérdida de la movilidad a causa del ictus y le programaban urgentemente una intervención arriesgada en el corazón.

 Recuerdo que el día antes de la operación, la familia estuvo a su lado en la habitación del hospital. Éramos varios: mi hermano Gonzalo, mi madre… Llevábamos toda la tarde allí intentando distraer a mi padre, hablando de naderías. También intentamos desdramatizar la intervención, inyectarle confianza:

 –         El médico que te va a operar hace más de cinco operaciones al día. ¡Ha debido hacer miles iguales que la tuya! Para él está chupado –dije yo.

 Y mi madre:

– Es la misma operación que le hicieron a Johan Cruyff en la década de 1990 y mira qué bien está ahora.

 Pese a esos esfuerzos para calmarnos, el ambiente estaba muy enrarecido. Era la primera vez en mi vida que veía a mi padre asustado. Se le notaba, aunque él también intentaba disimular. Parecía que faltaba el aire en la habitación. Estábamos todos mal.

 Quedaba, más o menos, una hora de visita. Después, nos tendríamos que ir, y mi padre y su compañero de habitación intentarían conciliar el sueño. A la mañana siguiente, temprano, empezaría una jornada decisiva.

 Allí estábamos los miembros de la familia, fatigados y nerviosos, intentando darle conversación a mi padre, cuando de repente, mi hermano Gonzalo exclamó en voz muy alta:

 –         ¿Sabes, papá? Y si la operación de mañana no sale bien y te mueres… ¡Al carajo! ¡¡De algo hay que morirse, joder!!

 … Se hizo un silencio inmediato… Incluso los familiares del compañero de habitación de mi padre callaron. Yo pensé: “¡Dios mío, se ha vuelto loco! ¿Qué narices está diciendo?”

 Pero, entonces, mi padre cambió de semblante. Recuerdo que se le borraron todas las arrugas de su cara, sonrió y dijo:

 –         Tienes razón, hijo. ¡De algo que morirse!

 A partir de aquel instante, ¡plof! cayó el espeso manto que nos enturbiaba el corazón. Desapareció la espesa niebla. El resto de la tarde fue muchísimo mejor. Por primera vez en todos los días que mi padre llevaba ingresado en el hospital a la espera de la intervención, se le veía relajado, incluso contento. Y también los demás.

 De alguna forma, aquel arrebato de mi hermano nos abrió a todos la mente. ¡Era cierto! La muerte nos puede llegar en cualquier momento y si es mañana, ¡pues muy bien!, ¡que sea mañana! Brindemos por la vida … ¡y por la muerte! Lo importante es disfrutar de la existencia, no cuánto va a durar.

 Tengo que añadir que la operación salió estupendamente y mi padre está vivito y coleando. Espero que lea estas líneas y se ría conmigo un rato de la parca.

 Yo, personalmente, no quiero que me entierren. Cuando muera, quiero donar mi cuerpo a la ciencia. Si es posible, que lo dediquen a las clases de anatomía de los jóvenes estudiantes de primero de medicina. Que algún jovencito abra mis tripas y aprenda que hay por allí dentro.

 En cuanto a ceremonias, sólo una. Que mis familiares y amigos se vayan a tomar unas copas y brinden en mi memoria por mi querida amiga, la muerte, la hermana gemela de la vida.

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